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jueves, 20 de junio de 2013

Los Criados Extraordinarios

Los Criados Extraordinarios

Las Aventuras del Barón de Münchhausen

Mi Abuela Rosalía me solía contar estos cuentos:

          Era un rey que mandó una vez a uno de los principales hombres de  su palacio a hacer una importante diligencia en un pueblo muy lejano.
Cuando había caminado unas pocas millas, el mensajero se encontró con un hombre alto y delgado que en dirección contraria venía caminando con extremada rapidez, aunque llevaba amarrada a cada pie una masa de plomo que pesaba lo menos cincuenta libras.


El Mensajero y el Andarín
-          ¿A dónde vas tan deprisa, chico, y por qué te pones esos pesos tan grandes en los pies? - Le preguntó el mensajero.
-          Hace media hora que salí de mi pueblo - le contestó el otro - y el caminado 40 leguas. Me he puesto esos pesos en los pies para poder moderar la marcha, porque andando más rápidamente podría cansarme algo.
Admirado el mensajero le propuso entonces que entrara a su servicio como criado. El otro aceptó y juntos continuaron la marcha.

          Pasaron por muchas ciudades y recorrieron muchos países. Andando, andando se encontraron con un hombre que estaba al lado el camino, inmóvil y tendido con el oído pegado al suelo.

El Mensajero, el Andarín y
el hombre del oido fino
-          ¿Qué estás escuchando allí, chico? - le gritó el mensajero.
-          Estoy oyendo crecer la hierba, por matar el tiempo - contestó el otro
-          ¿Y la estás oyendo crecer, de verdad?
-          ¡Ya lo creo que sí! La oigo perfectamente.
-          ¿Quieres entrar como criado a mi servicio? - Le preguntó el mensajero. -     Me hace mucha falta un hombre que tenga el oído bien fino.
El hombre se levantó y siguió al mensajero.



El Mensajero, el Andarín, el
hombre del oido fino y el Cazador
No habían caminado mucho cuando se encontraron en lo alto de una pequeña colina con un cazador que estaba haciendo disparos contra el cielo con una carabina.
-          Que tengas buena suerte, cazador - le gritaron los tres. - ¿Pero qué es lo que estás tirando? No se ve más que el cielo.
-          Oh - contestó el otro - estoy probando esta carabina. Y veo que es muy buena. A cabo de tumbar un gorrión que estaba parado en la veleta de la catedral del pueblo, que está de aquí a unas treinta leguas.
El mensajero, después de darle un abrazo de felicitación al cazador, le propuso también que le acompañara.

Continuaron su camino y llegaron por fin a un monte, donde encontraron, junto a un gran bosque de cedros, un hombre bajo y rechoncho, tirando de una cuerda que daba vuelta a todo el bosque.

El Mensajero, el Andarín, el hombre del
oido fino, el Cazador y el leñador
-          ¿Qué haces allí tirando de esa cuerda? - Le preguntaron.
-          Vine a cortar madera - contestó el otro - pero se me olvidó el hacha, y ahora tengo que estar derribando los árboles como puedo.
Y al decir esto, dio un solo tirón y echó abajo todo el bosque, que tenía más de una milla cuadrada, con la misma facilidad que si hubiera sido un castillo hecho con cúbitos de cartón.
Inmediatamente, el mensajero le propuso al hombre que lo acompañara como criado, ofreciéndole un gran sueldo. El otro acepto y juntos todos prosiguieron su camino.
Cuando iban llegando por fin al país a donde lo llevaba la diligencia que el rey le había encomendado, se desató un huracán tan grande, que por poco el mensajero, los caballos y los criados y los equipajes salen volando por los aires. A la izquierda del camino había una hilera de siete molinos que daban vueltas con una rapidez extraordinaria.


El Soplador
No lejos del lugar se encontraron los viajeros con un hombre muy corpulento, que tenía apoyado el índice en la ventana derecha de la nariz. Cuando este hombre vio el apuro en que se encontraban los viajeros luchando contra el huracán, se volvió hacia ellos y se quitó respetuosamente el sombrero. Inmediatamente el viento cesó como por encanto y los siete molinos se quedaron inmóviles. Asombrados los viajeros con lo que pasaba, le preguntaron al hombre:
-          ¿Qué es esto que está pasando? ¿Qué viento es éste tan fuerte? ¿Y quién eres tú?
-          Perdónenme ustedes, excelentísimos señores - respondió el hombre - estaba haciendo un poco de viento para mi amo el molinero y por temor de que los molinos trabajen con demasiada fuerza, me he tapado una ventana de la nariz.
-          ¡Anda! - exclamó el mensajero.
E inmediatamente le hizo proposiciones muy ventajosas al soplador para qué lo acompañara. Las proposiciones eran tan buenas que al momento el hombre abandonó los molinos y siguió al mensajero.

Por fin llegó el mensajero con sus criados al lugar a donde iba, entregó el mensaje del rey y se volvió a su país.
El viaje de regreso se efectuó sin novedad alguna. Cuando el mensajero se presentó de nuevo al rey con la respuesta de su mensaje, el rey se puso tan contento que convidó al mensajero a comer con él.
En medio de la comida, como el rey hiciera servir muy sabrosos vinos, el mensajero le dijo que un amigo de él tenía un vino maravilloso, mucho mejor que todos aquellos vinos que estaban tomando.
Y era verdad, pero al Rey no le gustó que le dijeran que había un vino mejor que los de él y entonces le dijo al mensajero:
-          tienes que mandarme buscar una botella de ese vino, para que me pruebe que dices la verdad.
-          Enhorabuena, señor - contestó el mensajero.
-          Hagamos una apuesta. Si a las cuatro de la tarde no está aquí esa botella, mándame cortar la cabeza.
Eran ya las tres y cinco minutos. El mensajero le escribió una carta a su amigo pidiéndole una botella de su mejor vino y contándole qué se trataba de una apuesta en que estaba arriesgando la cabeza.
Llamó al criado a andarín y le entregó la carta. Como el lugar a donde tenía que ir estaba muy lejos, a unas cien leguas, se quitó los precios de los pies y salió corriendo inmediatamente.
El mensajero siguió comiendo con el Rey ¡dieron las tres y cuarto, las tres y media, las cuatro menos cuarto y el andarín no aparecía!
El mensajero se asustó muchísimo, porque se veía ya con la cabeza cortada. Cuando eran las tres y cincuenta minutos, el Rey le dio permiso para que bajara al jardín, pero haciéndolo vigilar de cerca para quien no se le escapara.
El mensajero, lleno de angustia, llamó al criado del oído fino y al tirador y les contó lo que le  pasaba.
El primero se tendió en el suelo y aplicó el oído para ver si el andarín venía, y después de escuchar unos instantes, le dijo al mensajero:
-          el andarín está muy lejos de aquí, durmiendo a pierna suelta en medio del camino.
Entonces el tirador corrió al techo del palacio, se puso de puntillas y exclamó:
-          ¡Virgen Santa! El hombre está tendido bajo un árbol, con la botella al lado. Pero ya le voy a hacer cosquillas para qué se despierte.
Y diciendo esto, se echó la carabina a la cara y soltó un tiro dirigido al follaje del árbol. La bala cortó unas cuantas hojas y ramillas que le cayeron al andarín sobre la cara y éste se despertó.
Apenas abrió los ojos y temiendo a haber perdido demasiado tiempo en su viaje, el andarín siguió su camino con tanta rapidez que llegó al gabinete del rey con la botella, a las tres y cincuenta y nueve minutos y medio.
Tan sabroso era el vino, que el Rey quiso pagarle su apuesta al mensajero regalándole inmensos tesoros.
Al efecto, mandó llamar a su tesorero y le dio la orden de entregarle al mensajero todo el oro que pudiera llevarse de un solo viaje del tesoro real.
El mensajero llamó entonces a su criado corpulento y fuerte, quien acudió con su cuerda de cáñamo, se lo llevó con el tesorero al cuarto en que el rey guardaba sus tesoros y lo cargó con tantas riquezas que el cuarto se quedó casi vacío. Luego se fue al puerto con sus criados, fletó un buque grandísimo y se embarcó con sus riquezas, temiendo que el rey se fuera a arrepentir de sus últimas disposiciones.
Cuando lo supo el Rey se puso furioso y mandó que su escuadra saliera en persecución de los fugitivos.

El Soplador en la popa del barco
Aquí fueron los apuros del mensajero; pero cuando ya se veía alcanzado por la flota del rey, llamó al criado soplador para qué lo salvará.
-          No tenga usted cuidado por tan poca cosa - le dijo el soplador.
Y colocándose tranquilamente en la popa del barco, se tapó con el índice una de las ventanas de la nariz, y por la otra se puso a soplar con tanta fuerza que votó para atrás en un momento a todos los barcos del Rey.




Fin
 Autor: Rudolf Erich Raspe (Alemania, 1737; Donegall,Irlanda, 1794)

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