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sábado, 17 de agosto de 2013

La Vela

La Vela

Y ahora el cuento como texto con fotos:
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La Vela

Erase una vela, que estaba en un candelabro y se vio rodeada de obscuridad, le asustaba mucho lo que se encontraba más allá de lo que tocaba la luz y le dijo al lápiz:



-¡Qué bella es la luz!, a lo que el lápiz respondió;
-- Si, ¡es muy bella!,
-- Pero me da miedo lo que está más allá de ella,
-- Pero tú eres la que proporciona la luz, puedes
    ir adonde quieras,

-    - No te creo ¿Cómo es eso?
-  - Claro, así es, acaso ¿No ves que la luz sale de tu cabeza? tú eres la que ilumina todo lo que ves.
-    - No puedo creerlo, ¡Yo no soy capaz de eso!
-   - Pero claro que sí, bájate del candelabro y camina y veraz que adonde quiera que vayas, la luz te acompaña.

La vela quedó reflexionando y dudando si creerle al lápiz o no, si bajarse del candelabro o no, pensó y pensó y después de mucho tiempo dijo:
- Si seré aventurera, tomaré el riesgo, bajaré de este candelabro, viviré al máximo mi vida, nadie me detendrá, iré  a donde nadie ha ido, me vengaré de los que me odian, haré negocios y me irá muy bien, porque yo llevo la luz.

La vela empezó a bajar del candelabro, pero no como ella creía, sino que como había esperado tanto, se había derretido toda

y al llegar al suelo se apagó.


Moraleja:
No esperes demasiado tiempo para vivir tu vida.





Autor:
Luis Manuel Méndez Rosales






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jueves, 20 de junio de 2013

Los Criados Extraordinarios

Los Criados Extraordinarios

Las Aventuras del Barón de Münchhausen

Mi Abuela Rosalía me solía contar estos cuentos:

          Era un rey que mandó una vez a uno de los principales hombres de  su palacio a hacer una importante diligencia en un pueblo muy lejano.
Cuando había caminado unas pocas millas, el mensajero se encontró con un hombre alto y delgado que en dirección contraria venía caminando con extremada rapidez, aunque llevaba amarrada a cada pie una masa de plomo que pesaba lo menos cincuenta libras.


El Mensajero y el Andarín
-          ¿A dónde vas tan deprisa, chico, y por qué te pones esos pesos tan grandes en los pies? - Le preguntó el mensajero.
-          Hace media hora que salí de mi pueblo - le contestó el otro - y el caminado 40 leguas. Me he puesto esos pesos en los pies para poder moderar la marcha, porque andando más rápidamente podría cansarme algo.
Admirado el mensajero le propuso entonces que entrara a su servicio como criado. El otro aceptó y juntos continuaron la marcha.

          Pasaron por muchas ciudades y recorrieron muchos países. Andando, andando se encontraron con un hombre que estaba al lado el camino, inmóvil y tendido con el oído pegado al suelo.

El Mensajero, el Andarín y
el hombre del oido fino
-          ¿Qué estás escuchando allí, chico? - le gritó el mensajero.
-          Estoy oyendo crecer la hierba, por matar el tiempo - contestó el otro
-          ¿Y la estás oyendo crecer, de verdad?
-          ¡Ya lo creo que sí! La oigo perfectamente.
-          ¿Quieres entrar como criado a mi servicio? - Le preguntó el mensajero. -     Me hace mucha falta un hombre que tenga el oído bien fino.
El hombre se levantó y siguió al mensajero.



El Mensajero, el Andarín, el
hombre del oido fino y el Cazador
No habían caminado mucho cuando se encontraron en lo alto de una pequeña colina con un cazador que estaba haciendo disparos contra el cielo con una carabina.
-          Que tengas buena suerte, cazador - le gritaron los tres. - ¿Pero qué es lo que estás tirando? No se ve más que el cielo.
-          Oh - contestó el otro - estoy probando esta carabina. Y veo que es muy buena. A cabo de tumbar un gorrión que estaba parado en la veleta de la catedral del pueblo, que está de aquí a unas treinta leguas.
El mensajero, después de darle un abrazo de felicitación al cazador, le propuso también que le acompañara.

Continuaron su camino y llegaron por fin a un monte, donde encontraron, junto a un gran bosque de cedros, un hombre bajo y rechoncho, tirando de una cuerda que daba vuelta a todo el bosque.

El Mensajero, el Andarín, el hombre del
oido fino, el Cazador y el leñador
-          ¿Qué haces allí tirando de esa cuerda? - Le preguntaron.
-          Vine a cortar madera - contestó el otro - pero se me olvidó el hacha, y ahora tengo que estar derribando los árboles como puedo.
Y al decir esto, dio un solo tirón y echó abajo todo el bosque, que tenía más de una milla cuadrada, con la misma facilidad que si hubiera sido un castillo hecho con cúbitos de cartón.
Inmediatamente, el mensajero le propuso al hombre que lo acompañara como criado, ofreciéndole un gran sueldo. El otro acepto y juntos todos prosiguieron su camino.
Cuando iban llegando por fin al país a donde lo llevaba la diligencia que el rey le había encomendado, se desató un huracán tan grande, que por poco el mensajero, los caballos y los criados y los equipajes salen volando por los aires. A la izquierda del camino había una hilera de siete molinos que daban vueltas con una rapidez extraordinaria.


El Soplador
No lejos del lugar se encontraron los viajeros con un hombre muy corpulento, que tenía apoyado el índice en la ventana derecha de la nariz. Cuando este hombre vio el apuro en que se encontraban los viajeros luchando contra el huracán, se volvió hacia ellos y se quitó respetuosamente el sombrero. Inmediatamente el viento cesó como por encanto y los siete molinos se quedaron inmóviles. Asombrados los viajeros con lo que pasaba, le preguntaron al hombre:
-          ¿Qué es esto que está pasando? ¿Qué viento es éste tan fuerte? ¿Y quién eres tú?
-          Perdónenme ustedes, excelentísimos señores - respondió el hombre - estaba haciendo un poco de viento para mi amo el molinero y por temor de que los molinos trabajen con demasiada fuerza, me he tapado una ventana de la nariz.
-          ¡Anda! - exclamó el mensajero.
E inmediatamente le hizo proposiciones muy ventajosas al soplador para qué lo acompañara. Las proposiciones eran tan buenas que al momento el hombre abandonó los molinos y siguió al mensajero.

Por fin llegó el mensajero con sus criados al lugar a donde iba, entregó el mensaje del rey y se volvió a su país.
El viaje de regreso se efectuó sin novedad alguna. Cuando el mensajero se presentó de nuevo al rey con la respuesta de su mensaje, el rey se puso tan contento que convidó al mensajero a comer con él.
En medio de la comida, como el rey hiciera servir muy sabrosos vinos, el mensajero le dijo que un amigo de él tenía un vino maravilloso, mucho mejor que todos aquellos vinos que estaban tomando.
Y era verdad, pero al Rey no le gustó que le dijeran que había un vino mejor que los de él y entonces le dijo al mensajero:
-          tienes que mandarme buscar una botella de ese vino, para que me pruebe que dices la verdad.
-          Enhorabuena, señor - contestó el mensajero.
-          Hagamos una apuesta. Si a las cuatro de la tarde no está aquí esa botella, mándame cortar la cabeza.
Eran ya las tres y cinco minutos. El mensajero le escribió una carta a su amigo pidiéndole una botella de su mejor vino y contándole qué se trataba de una apuesta en que estaba arriesgando la cabeza.
Llamó al criado a andarín y le entregó la carta. Como el lugar a donde tenía que ir estaba muy lejos, a unas cien leguas, se quitó los precios de los pies y salió corriendo inmediatamente.
El mensajero siguió comiendo con el Rey ¡dieron las tres y cuarto, las tres y media, las cuatro menos cuarto y el andarín no aparecía!
El mensajero se asustó muchísimo, porque se veía ya con la cabeza cortada. Cuando eran las tres y cincuenta minutos, el Rey le dio permiso para que bajara al jardín, pero haciéndolo vigilar de cerca para quien no se le escapara.
El mensajero, lleno de angustia, llamó al criado del oído fino y al tirador y les contó lo que le  pasaba.
El primero se tendió en el suelo y aplicó el oído para ver si el andarín venía, y después de escuchar unos instantes, le dijo al mensajero:
-          el andarín está muy lejos de aquí, durmiendo a pierna suelta en medio del camino.
Entonces el tirador corrió al techo del palacio, se puso de puntillas y exclamó:
-          ¡Virgen Santa! El hombre está tendido bajo un árbol, con la botella al lado. Pero ya le voy a hacer cosquillas para qué se despierte.
Y diciendo esto, se echó la carabina a la cara y soltó un tiro dirigido al follaje del árbol. La bala cortó unas cuantas hojas y ramillas que le cayeron al andarín sobre la cara y éste se despertó.
Apenas abrió los ojos y temiendo a haber perdido demasiado tiempo en su viaje, el andarín siguió su camino con tanta rapidez que llegó al gabinete del rey con la botella, a las tres y cincuenta y nueve minutos y medio.
Tan sabroso era el vino, que el Rey quiso pagarle su apuesta al mensajero regalándole inmensos tesoros.
Al efecto, mandó llamar a su tesorero y le dio la orden de entregarle al mensajero todo el oro que pudiera llevarse de un solo viaje del tesoro real.
El mensajero llamó entonces a su criado corpulento y fuerte, quien acudió con su cuerda de cáñamo, se lo llevó con el tesorero al cuarto en que el rey guardaba sus tesoros y lo cargó con tantas riquezas que el cuarto se quedó casi vacío. Luego se fue al puerto con sus criados, fletó un buque grandísimo y se embarcó con sus riquezas, temiendo que el rey se fuera a arrepentir de sus últimas disposiciones.
Cuando lo supo el Rey se puso furioso y mandó que su escuadra saliera en persecución de los fugitivos.

El Soplador en la popa del barco
Aquí fueron los apuros del mensajero; pero cuando ya se veía alcanzado por la flota del rey, llamó al criado soplador para qué lo salvará.
-          No tenga usted cuidado por tan poca cosa - le dijo el soplador.
Y colocándose tranquilamente en la popa del barco, se tapó con el índice una de las ventanas de la nariz, y por la otra se puso a soplar con tanta fuerza que votó para atrás en un momento a todos los barcos del Rey.




Fin
 Autor: Rudolf Erich Raspe (Alemania, 1737; Donegall,Irlanda, 1794)

sábado, 15 de junio de 2013

La princesa que no se reía nunca

La princesa que no se reía nunca
Hace tiempo había un leñador que tenía tres hijos. Estaba muy orgulloso de sus hijos mayores, pero creía que el más pequeño era un tonto.
Un día el mayor de sus hijos salió a cortar leña en el bosque. Su madre le dio unas deliciosas tortas para el almuerzo.
No había andado mucho cuando se encontró a un hombre muy pequeñito que le dijo: - Buenos días, amigo. Veo que tienes bastante para comer.  ¿Me quieres dar un poquito?
-          De ninguna manera, - contestó el hijo mayor - puede que no tenga suficiente para mí. Y siguió su camino, dejando al hombrecito detrás. Comenzó su trabajo, pero al primer golpe del hacha se cortó en un brazo.
Al día siguiente el hijo segundo se dispuso a ir al bosque y su madre le dio un rico bizcocho para el almuerzo. En el bosque se encontró con el mismo hombrecito que le pidió un pedazo de bizcocho.
-          No - exclamó el hijo segundo, -puede que no tenga suficiente para mí. - Y dándole la espalda comenzó a derribar un árbol. Al primer golpe se dió tan fuerte en una pierna que se hizo una gran herida.
A la mañana siguiente el hijo más pequeño dijo su padre: - No tenemos leña para el fuego, y mí dos hermanos se han cortado al tratar de conseguirla. Permite que coja un hacha y veré si yo tengo mejor suerte.
-          ¡Tú! - Exclamó el padre, -  tú no sabes nada de cortar árboles.
-          Déjame que trate, - replicó el muchacho, con tanto interés que por último el padre consintió. Su madre le preparó un pequeño bizcocho para el almuerzo, y el muchacho emprendió su marcha.

Una vez en el bosque se encontró al mismo hombrecito, quien le dijo: - Tengo mucha hambre. Dame un pedazo de tu bizcocho.
-   Con mucho gusto, - dijo el muchacho. - El bizcocho no es muy bueno, pero me será grato que tú también, comas de él. Se sentaron juntos y grande fue la sorpresa del muchacho al ver que el bizcocho que tenía en la canasta era muy grande y sabroso.
-         Cuando se lo comieron todo, el hombrecito dijo:
-  Tienes muy buen corazón y debes ser recompensado. Corta ese árbol y entre sus raíces encontrarás algo que te gustará tener.


Desapareció el hombrecito y el muchacho tomó el hacha y cortó el árbol. Entre sus raíces encontró un ganzo con plumaje de oro. Lo cogió y se dirigió a una posada. El dueño tenía tres hijas, y cuando éstas vieron el ganso lo quisieron para ellas. A medianoche, la mayor de las hijas  se levantó y dirigió hacia el cuarto donde estaba el ganso. Y se dijo: - Por lo menos tomaré una pluma de oro. Pero tan pronto como tocó el ganso se le quedó la mano completamente pegada y no pudo retirarse de allí. Poco después la hija segunda vino también al cuarto y al ver a su hermana en grito: -¡Que codiciosa eres; querías todas las plumas para ti! Pero cuando trató de despegarla del ganso se quedó ella también unida a su hermana y tampoco pudo retirarse de allí.
Entonces vino la hermana menor y al ver a su dos hermanas juntas se incomodó mucho, ya que ella también quería poseer algunas de las plumas de oro. Si agarró a su hermana segunda y tiro de ella, pero en el momento se quedó adherida al grupo. En ésa posición tuvieron que quedarse toda la noche.

Por la mañana temprano el muchacho tomó el ganso bajo el brazo y salió de la posada. Las tres hijas del posadero se vieron obligadas a seguirle, pues sus manos estaban completamente pegadas.
No habían andado mucho cuando dos hombres le gritaron al muchacho: -¡Detente! ¡Dales libertad a esas tres doncellas! Pero como el muchacho no contestara se agarraron ellos a las muchachas y trataron de despegarlas. Al momento se quedaron ellos también unidos y se vieron obligados a seguirlas.
Encontraron a muchos otros en el camino que intentaron ayudarlos, pero les sucedió lo mismo. Por último la línea de hombres y mujeres que seguían al ganso de oro era muy larga y estaban todos unidos, como si los hubiesen pegado con cola. El espectáculo era en extremo gracioso.
Así llegaron a una gran ciudad donde vivía el rey más poderoso del mundo. Este rey tenía una hija era tan desgraciada que nunca había reíd. Todo el día se la pasaba sentada junto la ventana, mirando tristemente hacia afuera.
Por último su padre se preocupó tanto que mandó a pregonar por las calles que cualquiera que quisiera reír a la princesa podía casarse con ella.

Sucedió que la princesa estaba sentada junto a su ventana cuando pasó por la calle el muchacho con su ganso de oro. Cuando vio la princesa la línea de hombres y mujeres que le seguían y que trataban de soltarse sin poder, estuvo habiéndose hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas. Enseguida su dos ella corrió al reír a notificar las nuevas. El rey estaba tan contento envió a sus criados a que carecen el muchacho a su presencia. Entre muchacho con su ganso de oro, y muy pronto se celebraron a bodas. El hombrecito vino la bodas y separó al ganso y a los que se le habían pegado.
De esta manera el hijo menor de leñador llegó a ser un gran príncipe y vivió poderoso contento el resto de su vida.

                       Fin

   Peter Christen Asbjornsen

lunes, 10 de junio de 2013

Los Músicos de Brema

Los Músicos Improvisados
o
Los Músicos de Brema
Un labrador tenía un asno que le había servido durante muchos años, pero cuyas fuerzas se habían debilitado y no podía trabajar. El amo pensó matarle para aprovechar la piel. El pollino comprendió la intención, y escapó.
Después de largo caminar, encontró un perro viejo que estaba ladrando.
-          ¿Por qué heladas así? - Dijo el asno.
-          ¡Ah! - Contestó el perro: - voy perdiendo fuerzas y bien día y no puedo ir a casa; como nocivo para nada, ni amo ha querido matar; yo he logrado escapar; pero ¿cómo me arreglar para vivir?
-          No tengas cuidado, amigo - reposo el asno; -yo voy a la ciudad para hacerme músicos; 20 tuvo, y haré que reciban en la banda. Yo tocaré la tromba títulos timbales.
El perro aceptó y siguieron su marcha. Un poco más adelante encontraron un gato echado en el camino, con cara de mal humor, porque hacía tres días que estaba lloviendo.
-          ¿Por qué estás incomodado? - Le dijo el asno.
-          Cuando está en peligro la cabeza, no tiene uno muy buen humor - respondió el gato; - mi edad es algo avanzada, ni dientes están gastados y me gusta mal dormir junto al lugar que correr tras los ratones. Mi ama ha querido matarme, pero, por fortuna, me he salvado a tiempo; mas ¿qué hacer ahora? ¿Dónde ir?

-          Vente con nosotros - le dijo el burro; - puente tiende bien la música nocturna, y que las, como nosotros, músico.
Agradó al gato el consejo y partió con ellos. Nuestros viajeros pasaron por delante de un corral, encima de cuya puerta avión cayó que cantaba con toda su fuerzas.
-          ¿Por qué alborotas de ésa manera? - Dijo el asno.
-          Estoy anunciando el buen tiempo - replicó el gallo
-          y como mañana domingo, hay gran comida en esta casa y el ama, sin la menor compasión a mis servicios, ha dicho la cocinera que me comerá con arroz y ha dispuesto que me corten el pescuezo. Así, editado con todas mis fuerzas viendo que todavía respiro.
-          - Cresta roja - dijo el asno, - veinte con nosotros; en cualquier lado halladas una cosa mejor que la muerte. Tú tiene buena voz, y cuando cantemos juntos, haremos un concierto admirable.
-          Aceptó también el gallo la proposición y echaron a andar los cuatro puntos; pero no podían llegar en aquél día a la ciudad; ya de noche, pasaron por un bosque, donde decidieron descansar. El asno y el perro se colocaron debajo de un frondoso árbol; el gato y el gallo ganaron su copa, y el gallo voló todavía para colocarse en lo más elevado; y antes de dormirse, paseando sus unidades a los cuatro vientos, les pareció ver a lo lejos una luz, y dijo a sus compañeros:

-         Debe haber una casa cerca por qué distingo bastante claridad.
-          Siendo así - contestó el asno- marchemos hacia ese lado, porque, a la verdad, este paraje nueve mi gusto.
Y añadió el perro:
-          en efecto, no me vendrían mal algunos huesos con su poco de carne.
Se encaminaron hacia el punto donde salía la luz y encontraron una casa de ladrones espléndidamente iluminada. El asno se aproximó a la casa y miro por una ventana.
-          Una mesa llena de manjares y botellas, y alrededor unos ladrones, que según parece, no se dan maltrato - dijo el asno.
-          ¡Qué bien nos vendría este banquete! - Dijo el gallo.
-          ¡Ah!, si estuviéramos dentro! - Replicó el perro.
 Diéronse a pensar un medio para hacer huir a los ladrones, y al fin lo hallaron.
El asno se puso debajo, colocando sus patas delanteras encima de la ventana; el perro montó sobre el asno, el gato trepó encima del perro, y el gallo voló y se colocó encima del gato. Así colocados, comenzaron todos su música a una señal convenida.

El asno comenzó a rebuznar, el perro al ladrar, el gato a maullar y el gallo a cantar; luego se precipitaron por la ventana dentro del cuarto, rompiendo los vidrios, que volaron en 1000 pedazos. Los ladrones al oír aquel espantoso ruido, creyeron que entraba en la sala algún espectro, y escaparon asustados al bosque. Entonces los cuatro compañeros comieron hasta hartarse.
Apagaron enseguida las luces y fueron a descansar. El asno se acostó en el estiércol, el perro detrás de la puerta, el gato en el hogar, cerca de la ceniza caliente, el gallo en una viga, y como estaban cansados por el largo viaje, no tardaron en dormirse. Pasada la medianoche, cuando los ladrones vieron desde lejos que no había luz en la casa y que todo estaba tranquilo, les dijo el capitán:
-          Somos unos mandrias; no hemos debido salir de la casa.
Y mandó a uno que fuese a ver lo que pasaba. El enviado lo halló todo tranquilo; entró con precaución en la cocina y fue a encender la luz; y tomando los brillantes ojos del gato por dos ascuas, se acercó y el gato saltó bufando a la cara del ladrón, y le arañó horriblemente. Lleno de miedo, corrió nuestro hombre hacia la puerta, más el perro, que estaba echado tras de ella y a quien pisó sin notarlo, se tiró a él y le mordió una pierna; cuando pasaba por el corral al lado del estiércol se levantó el burro y le tiró dos coces, mientras el gallo, despierto por el ruido y alertas ya, gritaba ¡qui-quiri-qui! Desde lo alto de la viga.

El ladrón, más muerto que vivo, voló donde estaba su capitán y le dijo:
-hay en nuestra casa una borrosa hechicera tiene a arañar o con sus largas uñas;. La puerta se halló un hombre armado con un enorme cuchillo, que me ha atravesado la pierna; será aposentado en el patio un monstruo negro, que me ha apoyado con los golpes de una pesada masa, y él lo alto, junto al techo se ha colocado el juez que gritaba:
¡Traédmele aquí, traédmele aquí!
Desde entonces no se atrevieron los ladrones hay entre la casa y los cuatro músicos están improvisada orquesta, encontrándose bien en ella, no quisieron abandonar la, buscando en la casa del bosque y en su vegetación el alimento para subsistir.


                      Fin

Jacob Grimm

miércoles, 5 de junio de 2013

Las Estrellas de Oro

Las Estrellas de Oro
Una niña se quedó huérfana y tan pobre, que no tenía sino el vestido que llevaba y un pedazo de pan para comer. Buscó casa donde dormir y no la halló. Entonces se fue al campo para vivir entre los árboles, las flores y las mariposas.  Al llegar a un prado muy hermoso, vio pasar a un anciano que andaba apoyado en un bastón.
El pobre viejo decía llorando:
-         Querida niña, dame comer, porque tengo hambre.
La niña le dio el pedazo de pan que iba comer.
Poco después la huérfana nica vio pasar a un muchacho que lloraba diciendo:

-         Tengo frío: dame algo con que cubrirme.
La niña se quitó de la cabeza el pañuelo que llevaba, y se lo dio muchacho.
Un poco más de dos dio una niña medio de Lada, porque no tenía blusa que ponerse, y le dio la suya. Luego otra pobrecita le pidió las medias. La niña se la dio también.
Ya de noche entró en un bosque, donde yo otra niña que le pidió las saya. La huérfana dijo para sí:
-         La noche es muy obscura: nadie me verá. Le daré las saya.
La pobre niña no tenía ya nada que dar en este mundo. Y cómo sentía mucho frío, se acurruca o en el hueco de un árbol y se quedó dormida.
De pronto vio que el cielo caían estrellitas, las que llegara la tierra se convertían en monedas de oro.
Cuando la niña despertó se encontró bien vestida y con una bolsa llena de monedas de oro.
Una señora rica y le había visto dotar cuanto tenía, premió así su noble conducta.


Fin


Hermanos Grimm


jueves, 30 de mayo de 2013

El Ciego y el Cojo

El Ciego y el Cojo
 Un ciego y un cojo estaban una vez descansando a la sombra de un árbol, a orillas de un camino que conducía a una ciudad cercana.
- Quisiera ir hasta la ciudad -  dijo el cojo -  pero no me es posible andar.
- Yo también tengo muchas ganas de ir  - dijo el ciego -  pero no tengo vista.
- Juntémonos entonces -  exclamó el cojo.
- ¿Y qué vamos a ganar con eso? - replicó el ciego
 - ¿No comprendes? - dijo el cojo. - Yo puedo poner la vista y tú los pies.
Convinieron en el trato, el cojo se subió en los hombros de ciego, y, desde allí, le servía de guía cuidadoso, avisándole cuando se presentaba algún tropiezo en el camino, hasta que llegaron a la ciudad.
Fin