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sábado, 20 de abril de 2013

La codicia rompe el saco

La codicia rompe el saco

Un limosnero iba de puerta en puerta implorando la caridad pública. Nada poseía el infeliz salvo el palo en que se apoyaba y un saco muy viejo y casi siempre vacío que cargaba sobre los hombros.
En cierta ocasión salió de la ciudad a recorrer los campos vecinos y al pasar por el frente de una hermosa casa, a cuya puerta ni siquiera podía arrimar, por la verja que le cerraba el paso, comenzó a quejarse amargamente de su suerte.
-¿Por qué - se preguntaba - los ricos nunca están satisfechos con lo que poseen, sino que por el contrario, siempre desean más?
Aquí, por ejemplo, vivía un hombre a quien conocí muy bien. Tenía un negocio bastante lucrativo; pero lejos de contentarse con eso, prestó dinero a interés, abrió varias tiendas y logró hacer una gran fortuna. Engreído con su prosperidad quiso todavía más; y entró en especulaciones peligrosas, y al poco tiempo lo arruinaron por completo. En cuanto a mí, si tuviera solamente lo necesario para comer y vestir me sentiría  satisfecho.
Precisamente en aquel instante, la Fortuna, que pasaba por la carretera, vio al pordiosero y se detuvo.
- Escucha - le dijo - hace tiempo que deseó ayudarte. Abre tu saco y sostenlo para recibir el oro que voy a darte; pero ha de ser con una condición. Todo lo que caiga dentro del talego será oro, pero cada moneda que llegué caer al suelo se convertirá inmediatamente en polvo. ¿Estás enterado?
-Sí, sí, comprendo - contestó el pordiosero.
- Entonces ten cuidado; tu saco es muy viejo; no lo cargues demasiado.
Lleno de gozo, abrió el pordiosero la boca del saco, e inmediatamente cayó en él un torrente de monedas de oro.
-¿Basta ya? - Preguntó la Fortuna.
-Todavía no.
-¿No temes que se reviente el saco?
- No hay temor alguno.
Hecho la fortuna otro puñado de monedas, y luego otro; el talego comenzó a pesar de un modo excesivo. Las manos el pordiosero temblaban de emoción.
¡Ay, que no durase siempre aquel río de oro!
- Es el hombre más rico del mundo.
- Un poquito más - exclamó el pordiosero. -Echa otro puñado listo.
- Hay demasiado. Podría ganarse el saco.
-¡Un poquito más, nada más que un poquito!
Cayeron otras monedas y el saco se rompió. Este sólo por tierra, convirtiéndose inmediatamente en polvo. Desapareció la Fortuna, y el pordiosero se quedó sólo y desesperado en medio del camino.

Fin

IVA KRILOFF.

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