La codicia rompe el saco
Un limosnero iba de puerta en puerta implorando
la caridad pública. Nada poseía el infeliz salvo el palo en que se apoyaba y un
saco muy viejo y casi siempre vacío que cargaba sobre los hombros.
En cierta ocasión salió de la ciudad a recorrer
los campos vecinos y al pasar por el frente de una hermosa casa, a cuya puerta
ni siquiera podía arrimar, por la verja que le cerraba el paso, comenzó a
quejarse amargamente de su suerte.
-¿Por qué - se preguntaba - los ricos nunca
están satisfechos con lo que poseen, sino que por el contrario, siempre desean
más?
Aquí, por ejemplo, vivía un hombre a quien
conocí muy bien. Tenía un negocio bastante lucrativo; pero lejos de contentarse
con eso, prestó dinero a interés, abrió varias tiendas y logró hacer una gran
fortuna. Engreído con su prosperidad quiso todavía más; y entró en
especulaciones peligrosas, y al poco tiempo lo arruinaron por completo. En
cuanto a mí, si tuviera solamente lo necesario para comer y vestir me sentiría satisfecho.
Precisamente en aquel instante, la Fortuna, que
pasaba por la carretera, vio al pordiosero y se detuvo.
- Escucha - le dijo - hace tiempo que deseó
ayudarte. Abre tu saco y sostenlo para recibir el oro que voy a darte; pero ha
de ser con una condición. Todo lo que caiga dentro del talego será oro, pero
cada moneda que llegué caer al suelo se convertirá inmediatamente en polvo. ¿Estás
enterado?
-Sí, sí, comprendo - contestó el pordiosero.
- Entonces ten cuidado; tu saco es muy viejo; no
lo cargues demasiado.
Lleno de gozo, abrió el pordiosero la boca del
saco, e inmediatamente cayó en él un torrente de monedas de oro.
-¿Basta ya? - Preguntó la Fortuna.
-Todavía no.
-¿No temes que se reviente el saco?
- No hay temor alguno.
Hecho la fortuna otro puñado de monedas, y luego
otro; el talego comenzó a pesar de un modo excesivo. Las manos el pordiosero
temblaban de emoción.
¡Ay, que no durase siempre aquel río de oro!
- Es el hombre más rico del mundo.
- Un poquito más - exclamó el pordiosero. -Echa
otro puñado listo.
- Hay demasiado. Podría ganarse el saco.
-¡Un poquito más, nada más que un poquito!
Cayeron otras monedas y el saco se rompió. Este
sólo por tierra, convirtiéndose inmediatamente en polvo. Desapareció la Fortuna,
y el pordiosero se quedó sólo y desesperado en medio del camino.
Fin
IVA KRILOFF.